PAN DURO - Acto 7

Los primeros años

La sincronicidad se había producido tal y como había planeado. Reiterando lo ya mencionado al comienzo, observar el comportamiento humano y apreciar cómo va desarrollándose su conciencia es mi labor. Percibo las vibraciones. Sólo muevo pequeños hilos para encauzar ciertas líneas de tiempo, exclusivamente las necesarias. A veces desenmarañar la madeja se hace tedioso y pesado, y muchas no se consigue. Ahí es donde tu opuesto te gana la partida. Es lo que hay que evitar. Para el ojo humano esta continua lucha entre el bien y el mal es imposible de percibir. Sin embargo, muchas batallas se libran continuamente a vuestro alrededor. No siempre los movimientos son del gusto de todos, en ocasiones existen sacrificios por un bien común, por un fin mayor.  

Una pequeña parte de mi atención era dedicada a estudiar a dos seres que atrajeron mi interés desde un principio; a dos almas que parecían haberse reencontrado en la eternidad para unir sus energías en pos de la destrucción; a dos fuerzas oscuras que se alimentaban del sufrimiento ajeno. Toda su labor, sin ser realmente consciente de ello, era la de engendrar odio y, por consiguiente, desestabilizar a las personas de su entorno; tales fueron doña Esperanza y doña Carmen. Similar fue el caso de Don Miguel Gutiérrez, aunque su vibración era mayor ambas, madre y esposa, se encargarían de ensuciar su alma. Alimentaban su lado más oscuro, hasta convertirlo en un ser deplorable, miserable y vil como pocos en su rango militar, que con los años le ayudó a escalar puestos más altos de poder. Pero de esto será necesario hablar más adelante.

Un nodo vital de esta historia fue cuando Joel Blanco Pineda comenzaba a tomar partido de una forma determinante. Éste era un chico «especial» para algunas personas, «raro» para otras que no entendían su comportamiento íntegro y desinteresado. Sin embargo, para sus madres adoptivas, Isabel y Rosario, era un muchacho admirable y cariñoso, así como para su «abuela» María y su «tío» Feliciano. Recibió una educación rica en valores humanos, y a pesar de la procedencia de su «abuela», no fue la religión una parte demasiado transcendente en su vida. La Clarisa obtuvo duras críticas por parte de la sociedad y de algunas de sus compañeras de la institución religiosa. A pesar de ello, María nunca tuvo reparo en perdonar, pues jamás había sentido tanta paz en su conciencia.

Bien, regresando a Joel —era vocalizado con «jota» por sus compañeros de la escuela, mas él siempre los rectificaba haciendo hincapié que, «aunque se escribe de esa manera, se pronuncia con y griega—. Los profesores también le tenían gran estima, bastante brillante en los estudios, aunque hay que decir que, según sus maestros, era algo retraído y solitario. Cuando se trataba de hacer actividades en grupo, él intentaba apartarse, jamás le gustaba llamar la atención. Digamos que le gustaba pasar desapercibido, y cuando no lo conseguía sentía como si se desnudase ante los demás. Como si parte de un secreto que guardase con ahínco fuese revelado para siempre; o como si su esencia se perdiese en el abismo. De tal magnitud era la inquietud de Joel Blanco. Su carácter introvertido no le impedía tener buen humor, pues gozaba de un gracejo especial. Podía decirse de él que era un niño alegre y sonriente, que disfrutaba sintiéndose feliz, pero sobre todo viendo que los demás también lo eran. Sin embargo, su naturaleza extremadamente sensible a veces jugaba en su contra. Cuando necesitaba derramar lágrimas lo hacía en solitario, sin que nadie lo viese. En cuanto al sentido de la justicia, se puede contar que se fraguó con sólidos principios, desarrollándose en una de sus mayores virtudes. Una rebeldía encauzada en lo justo le incitaba continuamente a actuar, a veces de manera poco ortodoxa, ante cualquier situación injusta que se le antepusiese en el camino. Pensamientos y acciones iban en la misma dirección. Divergente en cuanto a cualquier tipo de ideología. Sin embargo, no desglosaré en este momento todas sus virtudes y sus defectos, que también los tenía.

La infancia de Joel, al igual que el resto de su vida, podría decirse que fue algo turbulenta. Aunque esto no afectó en absoluto a la relación con sus familiares, al contrario. Todos lo adoraban, rozando casi el delirio. Es difícil describir con palabras la vibración que percibí en todos ellos, pero la llegada de Joel a sus vidas fue como la salida del sol después de varias semanas cubiertas de negros nubarrones; como el sentimiento de un preso tras abandonar los barrotes; como cuando divertidamente observáis a un crío devorar su pastel favorito. Todo eso y más fue lo que percibí al respecto en aquel hogar. La familia al completo ganó muchísimo con su llegada. También ganó Joel bastante con ellos. Repito, mis continuos desplazamientos en las diferentes líneas de tiempo así lo demuestran. Probablemente te cuestionarás qué hubiese sucedido si la hermana María, en lugar de habérselo quedado, hubiese informado al convento. Lo sabrás en seguida si es tu deseo, y si no lo es pasa directamente al siguiente párrafo, pues no es en absoluto relevante: en efecto, habría adoptado los apellidos de una adinerada familia de Sevilla, y hubiese disfrutado de una vida, tal vez, más fácil y sin contratiempos, con una educación bien adoctrinada, o como soléis decir, bastante provechosa en los estándares de la alta sociedad. También es cierto que hubiera sido muy feliz. Sin embargo, su conciencia se habría estacionado en la mediocridad más absoluta, engrosando las filas del ostracismo voluntario en lugar de un interés más profundo del misterio de la vida. De hecho, su presencia no habría tenido efecto alguno para el resto de conciencias de su alrededor. Demasiados nudos en la madeja de lana se hubiesen quedado enredados. Pero este no es el caso, ¿verdad?

Isabel le enseñó todo lo que tenía que saber de la calle, digamos que lo puso al corriente de los peligros y los desafíos a los que podía enfrentarse. Su afán como madre, no era otro que la de protegerlo, pero ofreciéndole una cierta libertad para su propio desarrollo personal. Rosario en sí era todo juegos y mimos para él. Su papel maternal fue diferente, pero no por ello menos importante. Cuando la necesidad de Joel pasaba por un contacto físico, como un beso o un abrazo, Rosario era a quien acudía en primer lugar. Sí, Joel tuvo dos madres, pero perfectamente se podían ensamblar en una sola; lo que le faltaba a una lo cubría la otra a la perfección, cada cual haciendo la función que le correspondía. Parecían haber nacido para ello. «La abuelita María» como solía llamarla de pequeño, era para el chico una persona muy querida a la que cuidaba con cariño y de la que también recibió una sabiduría extraordinaria. Gozaba de las historias que le contaba, la mayoría de ellas reales. También solía leerle libros de su extensa y diversa biblioteca, multitud de volúmenes que Joel Blanco heredó, y de los que se instruyó de todo cuanto había escrito referente a otras religiones del mundo. Hay que señalar en ese aspecto que, «la abuelita María», a pesar de haber sido monja, le cautivaban algunas materias como la biología, la astronomía o la filosofía. También los libros de poesía, que ocultaba bajo el resto, y algunos ejemplares de ciencias ocultas. De hecho, cuando la Clarisa aún vivía en el convento, la mayoría de las obras las mantenía guardadas bajo llave dentro de un viejo baúl, por temor a que fuesen descubiertos por las hermanas. «No está bien visto que una religiosa muestre interés por otras cuestiones que no sea el culto divino», dijo una vez a «su nieto». En ese aspecto Joel también disfrutó de total libertad por parte de su abuela, que en ningún caso tuvo alguna influencia sobre él. Como digo, todos los libros le fueron puesto a su disposición, por consiguiente, todo el conocimiento que de ellos emanaban. Temas, algunos más que otros, que le fue apasionando conforme avanzaba su edad. Cabe destacar la ingeniería, cuyos dos únicos ejemplares despertó en Joel un especial interés por su estudio. Ayudar a las personas a tener una vida más fácil, ese era su deseo. Pensaba que el avance tecnológico podría solucionar gran parte de los problemas del mundo. Es por esto que de mayor quería ser ingeniero. Todo cuanto aprendió y extrajo para sí mismo lo consiguió gracias a esa independencia de la que fue educado, sin ataduras de ningún tipo. Por tanto, la figura maternal de estas tres fascinantes mujeres complementó a la perfección casi toda la demanda que pudiese tener Joel Blanco Pineda.

Sí, digo casi toda porque tan sólo faltaba una mano paterna. Si bien no fue lo más transcendente para Joel, hay que decir que sirvió como suplemento a su carácter. Una cierta agresividad que por naturaleza posee lo masculino ofreció a Joel esa parte dura que con el transcurrir de los años le fue sacando de algunos apuros. No obstante, se puede decir que el joven rehuía por completo la violencia, siempre intentaba apartarse de ella todo lo posible. Su carácter sensible y compasivo hacía que cualquier tipo de altercado, aunque no fuese contra un ser querido o contra su propia persona, le provocara rechazo. Sin embargo, ese lado sombrío, típico de la masculinidad, que para bien o para mal y en mayor o menor medida todo ser humano lleva en su interior, lo desarrolló gracias al viejo Feliciano.

Los viernes era un día especial. Tras salir de la escuela, cuya ubicación se encontraba casi a mitad de camino entre ambas viviendas, Joel acostumbraba a ir a almorzar a casa de su «tío Feliciano» y de su «abuela María». Ansiaba la llegada del fin de semana únicamente para estar con ellos y poder cuidar de los animales. Con insistencia les pedía que lo dejasen ayudar en el establo, y éstos aceptaban siempre y cuando no tuviese otras obligaciones que hacer. Ya a su corta edad de apenas seis años colaboraba en labores tales como el cuidado de los animales que el viejo tenía en su pequeño establo. Era feliz recogiendo los huevos de las gallinas y dándoles de comer. Cuando se trataba de desfogarse jugando, lo hacía con Capote, el perro mastín que custodiaba la propiedad; se pasaba horas correteando y revolcándose con él. No había día que no lo hiciera. Gozaba igualmente cuidando de Pardita, la trataba con ternura, y con sus propias manos le daba de comer y de beber. A Feliciano le hacía gracia cuando veía a su «sobrinillo» subido sobre el pequeño y viejo banco de madera cepillando el lomo y las crines del equino.

Sin embargo, no tardó Joel en experimentar su primera desgracia. Nunca es fácil para una persona saborear la parte agria de la vida, más si cabe acarreando una naturaleza tan sensible. Tal fue el día en que Capote se despidió para siempre. Para el crío supuso caer en un estado de tal depresión, que la familia comenzó a preocuparse por su salud. Hay que decir no obstante que en la parte física era sorprendentemente fuerte. De no ser porque su consanguinidad con el viejo Feliciano era dada la circunstancia absolutamente imposible, se podría haber pensado que tal complexión la heredó de él. Capote ya estaba muy debilitado, y Joel que lo atendía con mimo se encontraba presente justo en el momento del triste desenlace. Días antes, Feliciano sabía que de un momento a otro ocurriría, e intentó explicárselo de la mejor forma, pero el chico no atendía a razones: «¡No es cierto!» gritaba. «No te preocupes. Yo te cuidaré y te pondrás bien, y volveremos a jugar juntos», le susurraba al oído. Ambos solían forcejear como en una especie de brega entre cachorros. Cuando ya se encontraban extenuados quedaban tendidos, y Joel recostando su cabeza en el lomo del mastín fijaba la mirada en el cielo. Los dorados cabellos del niño parecían fusionarse en el pelo del mismo color del animal. Pero esa fue la última vez que pudo recostarse sobre su amigo. Ya los últimos rayos de sol calentaban tibiamente el horizonte. Y por más que Feliciano intentara que Joel comprendiera que el viejo Capote se había marchado, éste no lograba entenderlo: «¿Por qué tiene que irse? ¿Es que ya no me quiere?». El chico quedó paralizado durante unos minutos, como fuera de sí. A su corta edad era la primera vez que se encontraría con la muerte cara a cara; la primera vez que degustó su amargor más implacable; y la primera en que su corazón fue destrozado en mil pedazos. Joel estaba como en una especie de estado catatónico, hasta que explosionó en llanto y comenzó a correr sin parar, saltando el cercado de la propiedad de su tío como si quisiera encontrar a Capote en alguna parte. Lo seguí, y cruzó un descampado hasta llegar a una finca de naranjos. Allí, en medio de los árboles, al fin se derrumbó cayendo de rodillas entre los secos cascotes del terreno arado. Se cubrió el rostro con sus manitas y dobló la espalda hasta caer sobre las piernas en un intento de huir de aquella terrible realidad. Los árboles cargados de cítricos atenuaron su lamento. Un escenario que hubiese reblandecido el corazón más duro. Tan alta era su vibración en ese momento que me fue demostrada la extraordinaria madurez de su conciencia.

Teniendo presente las limitaciones del lenguaje escrito, para que sea posible entender la naturaleza de la situación, lo explicaré de forma que la comprensión humana pueda ser mínimamente alcanzada.

Como dije al comienzo, todo es vibración y múltiples líneas temporales de la realidad. La materia que puedes percibir con tu tacto o con tu vista, sea cual sea su estado, es vibración; el sonido es vibración, el olor es vibración, los colores son vibración. Aún más, todo cuanto puedas imaginar es vibración, incluida tu propia imaginación. También los pensamientos vibran a través del tiempo y del espacio. Tal es la composición de la naturaleza del universo. No es preciso que lo entiendas, tan sólo acéptalo como es.

Bien, expuesto esto, para poderme mover a través de este mundo he debido reducir mi frecuencia vibracional. De modo que cuando una cadena de acontecimientos es lo suficientemente trascendental, anudo apenas lo imprescindible para que el tapiz de vuestra realidad pueda formarse; siempre y cuando el resultado no interfiera otras líneas de tiempo. Puedo hacerlo según sea necesario. Y no es un acto aleatorio que haya elegido a Joel para realizar las sincronicidades oportunas. Es probable que algunos os hayáis topado alguna vez con una sincronicidad de este tipo, a la que sorprendidos llamasteis casualidad.

El caso es que aquel escenario provocó en mí una reacción especial. En ciertas ocasiones podemos hacerlo. Por tanto, reduje lo suficiente mi frecuencia vibratoria hasta conseguir exponerme ante Joel. La importancia de los sucesos futuros demandaba tal acto por mi parte. Efectivamente, lo que supuso un duro golpe para el muchacho se convirtió en el día más mágico de su vida, cuyo recuerdo mantendría para siempre. Tal era la pureza de su corazón y su poca o nada contaminación mental que pudo observarme con fascinación: una esfera blanca de energía del tamaño de una pelota de playa flotaba ante él. Y del mismo modo que me fui expuesto ante sus impresionados y desorbitados ojos, desaparecí.

Durante casi una hora, todos buscaron desesperados a Joel por los alrededores. La anciana María, apoyada en el garrote que Feliciano le prestó, caminaba a duras penas intentando encontrar a «su niño», mientras gritaba su nombre con visible angustia en su rostro. Las hermanas Rosario e Isabel hacían lo propio cuando se enteraron de la noticia por los propios vecinos; salieron a la calle y corrieron cada una por un lado desgarrando sus gargantas. El viejo, que tampoco estaba en disposición de dar muchas carreras, fue preguntando a toda la vecindad por «su sobrino de pelos pajizos». Al fin, exasperados y con el corazón en un puño, se encontraron los cuatro en el mismo punto. Para felicidad de todos, Joel apareció tras una bocacalle de las afueras, caminando tranquilo y gritando: «¡Capote está bien!». Toda la familia tardó en olvidar aquella mala experiencia. Hasta entonces no supieron cuánto podían llegar a amar a aquel joven. «¡Nunca había hecho algo así!», se decían abrazadas Isabel y Rosario derramando lágrimas. Los vecinos sacaron un par de sillas para que María y Feliciano lograran tomar aliento. Y Joel…, Joel jamás volvió a sufrir la muerte de ningún ser querido. Su experiencia particular le ayudó a comprender la realidad de otro modo. Y así se lo quise hacer saber.

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