PAN DURO - Acto 1

Fin de la guerra, comienzo de…

Línea de tiempo 1939

Aquel era un nudo donde confluían varias líneas temporales. Desenrollarlas y estudiarlas una a una para encauzar la correcta no era fácil. Tales eran las diferencias sociales, miserias y tormentos que se generaban en aquel intervalo de tiempo que cualquier alma humana con una mínima sensibilidad hubiese sentido la necesidad de abandonar. Sin embargo, esta no era mi situación. No podía ni debía permitírmelo. Por lo que proseguí con la determinación de llegar hasta el final. Sabía que debía actuar con plena sutileza, así me lo requería la oscuridad del momento, por eso examiné pacientemente cada escenario o acontecimiento actual y previos.

Hacía apenas varias semanas que la guerra civil española había concluido. Los recuerdos espantosos de la batalla, como si de imágenes fantasmales de tratasen, podían intuirse entre la neblina de la amarga noche. Y aunque ya nada quedaba de aquello, el olor intenso a pólvora aún podía respirarse en el ambiente frío y sombrío de muchas ciudades y pueblos. Los máuseres y mosquetones habían sido sustituidos por mendrugos de pan duro. Las gentes más castigadas por la miseria, entre escombros y vainas de proyectiles, buscaban algo que llevarse a la boca. Ciertamente, lo peor no había hecho más que comenzar.

La hambruna asoló el país durante largos y fatigosos años. Aunque también comprobé, habiéndose ya oficialmente terminado la contienda, que no cesaron los fusilamientos a todo aquél que pudiera ser un revolucionario sospechoso. Del mismo modo, el bando perdedor tampoco se quedó atrás, lejos de abandonar, continuó usando la violencia y el terror. Debatir de política o contra el gobierno en lugares públicos era una acción tremendamente arriesgada. Sí, había oídos que juzgaban ocultos tras las bambalinas de un teatro aterrador. Hienas hambrientas de favores que acechaban en cualquier parte; algunas por un simple instinto de supervivencia; otras por empeñarse en seguir cultivando un alma siniestra. Podría indistintamente, ya fuese a favor de un color o del otro, ser el camarero de una taberna, o el tendero al que confiaban las gentes del barrio, o, incluso, tu propio vecino cuyo saludo intercambiabas cada mañana. Sí, cualquier persona podía tener un dedo acusador.

Temores, miedos, ansiedad, angustia. La represión del pueblo se dibujaba con líneas gruesas y tonos grises en un áspero lienzo. Nadie podía fiarse de nadie. La incertidumbre y la desconfianza agarradas de la mano como dos hermanas asustadas, aumentaba por todos los rincones, de cuya pegajosa tela de araña difícilmente se podía escapar. Me entristeció observar que también existían ciertos recelos entre las personas allegadas o conocidas, incluso en el propio seno familiar. Simplemente por el hecho de pensar diferente. Aquel hecho agotó mi paciencia, pues sentí que incluso la más alta vibración iba debilitándose cada vez más. Los extremos se hallaban tan alejados el uno del otro que podrían llegar a un punto de no retorno.

La represión social se hizo más psicológica que nunca. Las pretensiones del régimen comenzaban a dar sus frutos, puesto que la sensación de miedo paralizaba cualquier reacción. Incluso aquellos que intentaban acercar posturas, de cualquiera de las partes, podían ser tachados de traidores por su propia gente. No era fácil ser humano, por lo tanto, muy pocos eran los que se atrevían a dar un paso al frente, o fuera de la línea marcada. También había los que se resistían a abandonar su espíritu de lucha o revolucionario.

De cuando en cuando, en las proximidades de los cementerios, se podía oír retumbar entre sus gruesos y blanqueados muros el espantoso trueno de los fusileros cuando presionaban el gatillo. «Ya han matado a fulano o mengano», murmuraba la gente por las esquinas, sobresaltadas y encogidas por el terror. Como proyectiles, el llanto de los familiares salía rebotado entre los quicios de las ventanas, mientras algunos vecinos, con resignación fatal, fijaban su mirada al suelo, otros, en cambio, se regocijaban del acto. En el bando revolucionario republicano pasaba tres cuartos de lo mismo: conventos o iglesias incendiadas, disparos en la nuca...

Reconozco que aquella situación abrumaba y entristecía mi naturaleza, pero, por el momento, no podía hacer otra cosa que la de observar con profundo dolor y esperar paciente mi oportunidad.

Comentarios